Época: Barroco19
Inicio: Año 1550
Fin: Año 1700

Antecedente:
La arquitectura de las órdenes religiosas

(C) Victor Nieto y Alicia Cámara



Comentario

Fueron las órdenes religiosas las que utilizaron con mayor interés y mejor conocimiento el lenguaje de los órdenes clásicos y de la arquitectura culta. Ejemplo perfecto de esta arquitectura que tardó en integrar las tradiciones locales fue la fachada del convento de San Francisco de Quito. Quien proyectó este edificio fue fray Francisco Benítez, "persona que entiende y sabe de arquitectura", que sin duda pretendió demostrar esa sabiduría al plantear una fachada en la que se daba cita toda una serie de rasgos de modernidad tomados literalmente de grabados de arquitectura y cuya escalera -inspirada en un proyecto de Bramante para el Belvedere que había sido difundido por el tratado de Serlio- se convirtió en un rasgo tan relevante del edificio y de la ciudad que incluso fue dibujada en un plano de Quito de 1734. Desde los modestos claustros procesionales como el del convento de Santa Teresa en Potosí -de un solo piso, como indicaban las reglas de la orden carmelita- hasta los espléndidos de los conventos de Santo Domingo y San Francisco en Lima se recorrió un trayecto en el que las etapas vinieron marcadas por la presencia, o no, de maestros capaces, de modelos adecuados, de riquezas suficientes y de frailes imbuidos del deseo de reflejar en sus edificios la grandeza no sólo de la casa de Dios sino también de la propia orden.La orden carmelita, que buscó siguiendo las indicaciones de Santa Teresa unos edificios sencillos, construyó unos conventos que precisamente por seguir casi siempre una norma -una nave con crucero de brazos muy cortos, sin capillas, con cabecera recta, coro alto a los pies y lonja o compás ante la fachada- resultaron ser casi una excepción en la arquitectura conventual. Tuvieron además entre sus filas a fray Andrés de San Miguel, cuya obra como tratadista constituye una síntesis de lo que era la teoría arquitectónica en la primera mitad del siglo XVII con lo que había sido su experiencia práctica como arquitecto al servicio de su orden en la Nueva España. Recoge las medidas que han de tener las iglesias de los carmelitas, reviste su tratado de vitruvianismo, describe el templo de Salomón y es un libro fundamental para estudiar la carpintería de lo blanco en su proyección americana además de proporcionar un repertorio de plantas de gran utilidad. Su obra más importante fue la del Colegio de San Angel de Coyoacán (México) en 1615, cuya iglesia tiene dos pequeñas capillas a ambos lados del presbiterio (que seguirán apareciendo en otros edificios de la orden en Nueva España), importante cripta y una fachada que se ha relacionado con la tipología que en España quedó codificada en la iglesia de La Encarnación de Madrid. Es un tipo de fachada que aparece también en el ámbito brasileño, como demuestra el ejemplo del monasterio de Santa Teresa en Salvador (Bahía).Los conventos fueron muchas veces tan grandes que su distribución interior se asemejó a la de una ciudad. Aunque no sea exactamente el caso, hay que citar dos Desiertos carmelitanos, de los que debía haber uno en cada provincia de la orden. Tenían muy pocos edificios para la vida en comunidad, pues se organizaban con celdas individuales que formaban un rectángulo en torno a la iglesia y con sus estanques, huertas con ermitas, senderos, vía crucis, etc., constituyeron una forma de asentamiento que, aunque ajena a la vida urbana, resulta de interés en tanto que sacralización y ordenación de un amplio espacio. Por otra parte, en las ciudades hubo conventos -como el de Santa Clara en Querétaro, acabado en 1633- que sí fueron a su vez casi pequeñas ciudades, con calles interiores. Se dieron casos tan señalados como el de Santa Catalina en Arequipa, en el que cada monja tenía una pequeña casa con patio en el gran complejo de plazas, calles, huertas y jardines que formaban un convento que ocupaba dos manzanas de la ciudad. También en Antequera (hoy Oaxaca, México), del convento de las concepcionistas se dijo que era como "un arrabal formado por habitacioncillas sueltas". El de Santa Catalina de Siena en Pátzcuaro, fundado a mediados del siglo XVIII, estaba formado por las celdas -de las que las monjas, dominicas, eran propietarias- y más de doce patios. El tipo de vida que permitían estos conjuntos, en los que cada monja tenía sus criadas, unas celdas muchas veces ricamente acondicionadas y una gran independencia, tardó en ser modificado. En Nueva España fue el cardenal Lorenzana, ya en la segunda mitad del siglo XVIII, quien obligó a una vida en comunidad que tuvo como consecuencia una transformación de los espacios interiores de los conventos de monjas.Las iglesias estuvieron abiertas al culto, lo que llevó en los conventos de monjas de clausura a edificar el templo en paralelo a la calle, con lo cual se entraba por un lateral y, tras las rejas de los coros alto y bajo, a los pies de la iglesia, "podían asistir las monjas a las ceremonias religiosas". La doble portada al exterior -dedicada una a la Virgen y otra a san José- fue también característica de muchos de estos conventos de monjas tanto en Andalucía como en Hispanoamérica, al parecer para que la procesión del Corpus entrara y saliera y pudieran contemplarla las monjas desde la clausura. La iglesia era pues la parte pública de los conventos y eso condicionó la disposición de estos grandes complejos arquitectónicos.